Era una tía que tenía la cabeza tan pequeña, que al hacerle los agujeros en la oreja para los pendientes la mataron.
Era un tío tan tonto, tan tonto, que desde que perdió un dedo sólo sabía contar hasta nueve.
Era un tío tan, pero tan gordo, que cuando pisaba un billete hacía cambio.
Era un tío tan tonto, tan tonto, que se pasó una noche entera estudiando antes de un examen de sangre.

Era un tío tan bajo, tan bajo, que la cabeza le olía a pies.
Era un tío tan feo, tan feo, que cuando nació el doctor le pegó a la madre.
Era un tío tan feo, tan feo, que cuando entraba en un banco desconectaban las cámaras de vigilancia.
Hacía tanto, pero tanto frío, que hasta los abogados llevaban las manos metidas en sus propios bolsillos.
Era una mujer tan fea, que su marido se la llevaba al trabajo para no tener que darle el beso de despedida.
Era un tío tan viejo, tan viejo, que cuando iba al colegio no tenía clase de historia.
Era una sequía tan larga, tan larga, tan larga, que las vacas daban la leche en polvo.
Era tan desgraciado que hacía llorar a las cebollas.
Era tan asqueroso que espantaba a las cucarachas.
Era tan atractivo como una bolsa de papel mojada.
Era tan bobo que se estrangularía con un teléfono inalámbrico.
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