El sacerdote era un hombre enorme y con una voz muy profunda. Sentó al niño frente a él y le preguntó gravemente:
-¿Dónde está Dios, hijo?
El niño se quedó boquiabierto, pero no respondió, así que el sacerdote repitió la pregunta en un tono todavía más grave:
-¿Dónde está Dios?
De nuevo el niño no contestó. Entonces el sacerdote subió aún más el tono de su voz, agitó su dedo apuntando frente a la cara del niño, y gritó:
-¡Te estoy preguntando! ¿Dónde está Dios?
El niño salió gritando del cuarto, corrió hasta su casa y se escondió en el baño, dando un portazo. Cuando su hermano lo encontró, le preguntó:
-¿Que pasó con el cura?
El hermano pequeño, sin aliento, le contestó:
-¡Ahora si que la hemos cagado! ¡Dios se perdió! ¡Y el cura cree que lo tenemos nosotros...!

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